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Tengo una amiga que es un poco como yo en una cosa: si para revienta y habiendo tantas cosas que hacer para poner el mundo más bonito, ¿para que va a estarse quieta? Mi amiga vio que tenía algunos huecos libres aquí y allá y hace unos meses se acogió a un nuevo proyecto de voluntariado: La casita de Ronald McDonald.
Si habéis ido al McDonald veis que en las cajas hay unas huchas. Lo recaudado ahí y un pequeño porcentaje de todo lo que se vende va destinado a estas casas. Están repartidas por todo el mundo y sirven para que las familias de los niños hospitalizados encuentren un hogar en el que alojarse cuando tienen que cambiar de ciudad por los tratamientos de sus hijos.
Está bien que haya quien piense en cubrir estas necesidades. Si dependiese de eso que llaman estado del bienestar, estas familias (a menudo con otros niños a su cargo) acabarían durmiendo en los pasillos y comiendo cualquier cosa, y eso, a largo plazo, no es viable.
El caso es mi amiga llevaba mucho tiempo diciéndome que tenía que ir a hacer un taller con los niños y yo le dije que en cuanto tuviese un hueco haría algo, y así fue, el primer domingo de las vacaciones de Navidad cogí los bártulos y me planté allí.
Elegir el tema del taller fue un poco difícil. Tenía que ser algo sin tiempos de espera, no demasiado largo y todo lo utilizado tenía que venir envasado.
Me decidí por una casita de galletas, que es muy navideña, pero habiendo varios niños (me dijeron que 9), en lugar de llevar una grande de Ikea, mejor esta idea (que vi en el blog "Una princesa guisante"). Así cada niño podría tener su casita personalizada.
Me presenté allí con materiales como para hacer un poblado pitufo, pero al final solo pudimos hacer cuatro casitas. La realidad de los hospitales se imponen y varios niños no pudieron dejar sus sueros, tramsfusiones y tratamientos para venir a hacer el taller.
El sitio es espectacular, no les falta de nada, y se mantiene vivo gracias a todas las personas que van allí a dejar un poquito de su tiempo, para querer a niños que pueden o no superar sus enfermedades, pero que ante todo, tienen todo el derecho a seguir viviendo como niños.
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Esta primera entrada del año se la dedico a Athenea. Ella no pasó por la casita de Ronald McDonald, pero igual pudo haberlo hecho. Fue una de "mis" niñas. Era un culo inquieto, una niña muy inteligente. Alrededor de los once años le diagnosticaron leucemia. Tras varias batallas y cuando ya no me lo esperaba, se fue. Acababa de cumplir catorce años.
Seguiremos luchando.
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